Amor por la Gasolina

Amor por la Gasolina

Una de las primeras memorias que tengo, es la de mi padre, 8 de la mañana en la tarja de la cocina, lavando una herida que se hizo en la mano, herida producida por un tornillo atrapando una cadena amarrada a la trabe del portón de mi casa por arriba y por abajo al motor de una Renault 18 guayín color negro automática, la caja estaba fallando y según recuerdo, decidieron cambiarla por una caja manual.

Junto con él mis dos tíos ayudando y mi madre sirviendo “cocas” con hielo en vasos grandes y tacos de huevo en platos desechables. Ahí estaba yo, un espectador tratando de ser parte de ese movimiento sincronizado de manos, pies, brazos, órdenes: sube, baja, atrás, un poco más, quítalo, ¡Espera, mi dedo!. Era la camioneta del abuelo, y sus hijos la arreglaban en un fin de semana de manera exprés para que el abuelo pudiera salir a vender el lunes temprano.

No era raro ver las manos de mi padre cortadas, de hecho, en algún momento me pareció que era importante tener las manos cortadas, vamos, era un trabajo importante, algo de ciencia, de mucho detalle, como poner una cadena de distribución, o meter un distribuidor, o bien apretar un cigüeñal o una cabeza, como afinar un carburador, todas estas tareas eran las que yo aspiraba a dominar con los años.

Después de algún tiempo entendí que muchas veces las cosas que hacía mi padre, no las hacía por gusto, si no por necesidad y que no forzosamente le gustaba arreglar motores y pintar coches, si no que siempre buscaba la economía familiar y tener sus cosas como nuevas.

Dicen que “la educación se mama”, yo en casa aprendí el amor por el olor a gasolina.

 

Por Humberto Calvillo

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